Las deformaciones corporales en la pediatría española. Tradición y ciencia ante el desarrollo de la infancia, 1800-1930
















RESUMEN



Las alteraciones de la forma del cuerpo en los niños proceden, bien de malformaciones congénitas o problemas patológicos en el proceso de crecimiento y desarrollo, bien de prácticas populares y, por tanto, tendrían, en este último caso, un origen cultural. A lo largo del siglo XIX y primeras décadas del XX, tuvo lugar el tránsito de la visión tradicional del cuerpo infantil, cuya salud y problemas de enfermedad estaban encomendados a las mujeres, a los nuevos planteamientos en un espacio cada vez más medicalizado en el que los cambios en la estructura corporal normal serán interpretados desde la óptica de la ciencia.

INTRODUCCIÓN

Pocas líneas de investigación dentro de la historia de la medicina han crecido tan vigorosamente en los últimos años, como las referidas a la infancia. Como botón de muestra, la reciente celebración en Ginebra de un encuentro internacional, Health and the Child. Care and Culture in History, auspiciado por la European Association for the History of Medicine and Health. Como ha sucedido en otros campos historiográficos, hasta la aparición del libro de Ariès, estos temas apenas tenían el estatus de una nota a pie de página, salvo honrosas excepciones. En lo que se refiere a nuestro país, hemos tenido ocasión de seguir este proceso en el contexto de las corrientes histórico-científicas internacionales; la historia de la salud y la enfermedad de los niños está siendo un banco de pruebas donde experimentar y aplicar corrientes historiográficas: las perspectivas annalistes, foucaultianas o constructivistas, entre otras, han sido algunos de los marcos teóricos de referencia.

Por lo demás, la confluencia en este tema de la salud infantil de disciplinas con tradiciones diferentes: la demografía histórica, la historia sociocultural, la historia de la educación, la historia económica, la sociología y la propia historia de la medicina, está contribuyendo a hacer de este campo un tema intelectualmente rico y lleno de posibilidades. Tal interés no puede ser atribuido exclusivamente a la obra de Ariès que ha servido, sin duda, para abrir y estimular el debate sobre las transformaciones históricas experimentadas en las actitudes sociales frente a la infancia. Como en el caso de las historias del cuerpo, de la sexualidad o del género, el estudio de la infancia ha sido también un medio para iluminar situaciones actuales, especialmente en lo referente a situaciones de violencia y maltrato ejercido sobre niños o el rechazo de los niños nacidos con taras congénitas. No pocas publicaciones e informes realizados por agencias internacionales como la Organización Mundial de la Salud, han utilizado con mayor o menor acierto la historia como un elemento más de reflexión y comprensión de acti- tudes contemporáneas.

En este estudio partimos de la hipótesis de que las desviaciones de la normalidad en el tamaño y la forma del cuerpo de los niños, tal y como fueron interpretadas en fuentes médicas españolas, obedecieron a transformaciones profundas que estaban teniendo lugar, a la vez, en el campo de la ciencia y de las actitudes sociales, con respecto a estas edades de la vida. El punto de vista de la medicina académica sobre las deformidades, vamos a abordarlo des- de una doble óptica: por un lado, las opiniones de los galenos sobre algunas prácticas tradicionales que modificaban la forma del cuerpo para adaptarla a patrones estéticos y, sobre todo, a la prevención de patologías futuras.

En segundo lugar nos referiremos a los caminos por los que se racionalizaron, interpretaron y clasificaron las anomalías, deformidades o vicios de conformación, los tres términos más utilizados en el período de estudio para desig- nar las desviaciones de la normalidad arriba citadas. Las fuentes utilizadas proceden de la selección de obras pediátricas editadas en España entre 1800 y 1930, monografías y artículos de revistas médicas.

La escasez de estudios auténticamente originales y la relativa frecuencia de las traducciones al castellano de las más importantes obras realizadas en otros países europeos que incluyen aportaciones y addenda muy amplias de los traductores españoles la mayor parte de dichos traductores fueron per- sonajes centrales en el desarrollo de la pediatría en España justifica su inclusión en el conjunto de fuentes estudiadas.


LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD MÉDICA DE LA INFANCIA. EL NIÑO NORMAL

Se han señalado similitudes y conexiones sociales e intelectuales entre la aparición de una «identidad médica» propia en el caso de las mujeres y el de los niños. Moscucci9 por ejemplo, ha señalado los caminos mediante los cua- les la construcción científica de la dicotomía hombre/mujer, fundamental para el nacimiento de la ginecología como especialidad médica, anduvo paralelo al de la dicotomía niño/adulto, base de la nueva práctica pediátrica, nacida en el contexto de la medicina hospitalaria francesa en el período inmediatamente pos- terior a la Revolución de 1789 y extendida rápidamente al resto de Europa.

La imagen que de esas edades tempranas de la vida humana se tenía en torno a 1900 supone un desarrollo según algunos autores un cambio cualitativ de la construcción tardoilustrada y romántica del niño, de su «descubrimiento» según la conocida frase de Ariès, como una conjunción de inocencia y muerte. La mortalidad infantil era entendida, en ocasiones, de manera fatalista e incluso como el precio que había que pagar por la civilización. Por el contrario, el redescubrimiento del niño en las primeras décadas del siglo XX, partí de supuestos distintos, la consideración de la enfermedad y la muerte infantiles como algo evitable, una idea que aparece de forma insistente en la obra de higienistas y pediatras españoles en los inicios del siglo veinte y aún, antes. La mortalidad infantil comienza a verse como un problema nacional que puede tener solución. Aunque es evidente que no puede hablarse de una absoluta novedad y de que estas apreciaciones están ya presentes en el mun- do moderno, no será hasta el siglo XX que este problema alcanzará una visi- bilidad y difusión importantes. La mortalidad infantil13, como problema social y político, formaba parte de un discurso más amplio en el que la defensa de la salud y el bienestar de los niños iba ligado a la preocupación por el deterioro nacional, la despoblación y la raza, es decir, muy cercano a los movimientos de medicina social y eugenesia14. El papel que jugaron los médicos en esta situación es lo que vamos a comentar a continuación. Las características del movimiento de especialización pediátrica en Espa- ña son conocidas en parte, así como la medicina social de la infancia y sus com- ponentes institucionales como la legislación protectora, los consultorios de lac- tantes, las escuelas de puericultura o los servicios de medicina escolar15. Estos últimos aspectos han sido bien estudiados en el marco de las luchas sanitarias de principios de siglo XX en España16. El período comprendido entre 1880 y 1930 es el más importante desde el punto de vista de la iniciación de la espe- cialidad entre nosotros y un buen dato que apoya este aserto, además de la apa- rición de cátedras en las facultades de medicina, asociaciones profesionales y hospitales especializados, es la existencia de veinte y dos revistas de tema pediátrico, algunas de vida muy efímera. En todos estos foros se reivindica con fuerza la necesidad de que existieran médicos dedicados ex profeso a estas eda- des de la vida, los únicos que podían resolver la sangría de vidas perdidas en la infancia. Los modelos a seguir proceden, sobre todo, de la pediatría fran- cesa y alemana y reiteradamente se habla de las cualidades que un médico de niños debe tener; el catálogo de cualidades es muy extenso y de gran calado, porque su función primordial es la de velar por el porvenir de la propia socie- dad, representado por los niños y de este modo, cooperar en el gobierno de los pueblos17. En varias números de La Medicina de los Niños, una de las revis- tas más emblemáticas de este período, se insiste en el papel que los médicos deben jugar en la protección de la infancia ya que «no hay asunto relaciona- do con ella en que dejen de intervenir los médicos»18. Ahora bien, para cum- plir tan importante función, es necesario que los poderes públicos y la socie- dad en su conjunto, respeten su papel y que cuenten con el monopolio legitimado de los asuntos que atañen a la salud y la enfermedad de los niños, excluyendo otros actores: «La medicina doméstica tiene sus ventajas en casos leves, siem- pre que no se extralimite de la esfera de los tratamientos sencillos, aconsejados por nosotros mismos [los médicos]. Generalmente indi- camos los de uso externo y alguna medicación inofensiva en el inte- rior, dando así tiempo a llamar al médico... Pero si en vez de recurrir a la ciencia, se escucha a comadres, a curanderos o a charlatanes que poseen un específico para cada enfermedad, o una panacea para todos los males, entonces se tocan los resultados funestos y la cifra de mor- talidad de los niños aumenta de un modo aterrador»19. En el marco de la pediatría institucionalizada se establecieron los estánda- res de normalidad biológica para estas etapas de la vida. En primer término, es destacable la conceptualización autónoma y diferenciada de las otras edades desde el punto de vista de la salud y de la enfermedad20. En definitiva, el niño no es un adulto en miniatura sino que tiene una identidad propia que le viene dada, sobre todo, por el crecimiento. Esta orientación aparece explícitamen- te en los textos pediátricos de principios del XX como los de Martínez Var- Esta caracterización médica tenía otra serie de correlatos como la idea de que, aunque el orden del desarrollo normal de la anatomía y la fisiología infan- tiles se hubiera roto, los médicos todavía podían hacer algo, especialmente en aquellos casos en los que causas externas— la pobreza, las carencias nutritivas o la falta de higiene— eran las predominantes en el problema de alteración de la normalidad, como sucedía por ejemplo en el caso de los niños raquíticos.

LAS PRÁCTICAS TRADICIONALES Y EL CUERPO DEFORMADO

Elisabeth Bandinter25 tuvo el mérito de incitar a la reflexión, a interrogar- se el «porqué», antes de haber analizado el «cómo» de comportamientos de los adultos para con los niños en el Antiguo Régimen. En este sentido, no son pocos los estudios que, desde la antropología y la historia26 han abordado el significado y la lógica que ciertas prácticas, relacionadas con los cambios arti- ficiales de la forma corporal en el recién nacido, tenían para la población. No son tan abundantes, por el contrario, los trabajos circunscritos al período con- temporáneo27. La entrada en la vida está marcada en los seres humanos por el signo de la fragilidad y por la necesidad de contar con el auxilio de los otros para poder sobrevivir. El cuerpo del recién nacido no puede tenerse en pie, su organismo aparece como inacabado y necesita ser remodelado y completado para que su morfología se adapte a la normalidad. De este modo, el cráneo, la nariz, las orejas, las manos, a veces, el pecho en las niñas, tenían que ser modificados siguiendo unas reglas transmitidas por la tradición con arreglo a unos rituales. Estas rectificaciones debían realizarse a lo largo de las primeras semanas de vida. En España esta práctica está datada, al menos, desde las primeras mono- grafías pediátricas del período renacentista28 y de su persistencia en el perío- do contemporáneo nos habla, por ejemplo, la bien conocida encuesta del Ate- neo de Madrid de 190129. La obra de Salcedo y Ginestal30 cuyo objetivo era luchar contra ideas y prácticas populares sobre la salud maternal e infantil, til- dadas de supersticiosas y perjudiciales, es un exponente muy significativo de un punto de vista que era común entre los médicos. Fue precisamente un inci- dente relacionado con dichas prácticas populares, en el que se vio envuelto en su actividad profesional, el que le empujó a tomar la decisión de escribir el libro31. Médicos y antropólogos van a ocuparse del tema en un momento de ins- titucionalización, por un lado, de la antropología en su dimensión de antro- pología física, y de la especialidad pediátrica, por otro. Los discursos en ambos casos son coincidentes: se trata de costumbres populares «bárbaras» frente a las cuales la ciencia debe imponer su mensaje racionalizador, una racionalidad que tiene que actuar como guía de costumbres y hábitos que se consideraban perjudiciales para la salud32. No son pocas las voces que se alzan estableciendo relaciones entre determinados tipos de idiocia y de cretinismo con la deformación craneal y de ese modo aparece en los más importantes diccionarios de medicina33. A partir de la segunda mitad del siglo XIX y especialmente de la mano de la antropología francesa, muy en particular, de la escuela de Broca34, se comenzaron a estudiar sistemá- ticamente los tipos de deformación craneal, extrayendo datos de los niños que acudían a las escuelas. El trabajo fue extraordinariamente ambicioso y contó con el apoyo de las autoridades en salud pública35, y los resultados, además de indicar la gran difusión de la práctica, databan, además, la pau- latina desaparición de la misma desde 1880 y, sobre todo, desde los años veinte, proceso que se inició antes en los núcleos urbanos que en el mundo rural.
Tipos de deformación Aunque la deformación craneal fue la más frecuente, sin embargo, otras muchas partes del cuerpo fueron también remodeladas. De hecho, muchas de las manipulaciones llevadas a cabo en ocasiones por las matronas o por las propias mujeres para alargar el cráneo o bien redondearlo a través de la compresión mediante vendajes, solía ir acompañada de la deformación de las orejas, que se aplastaban situándolas contra los planos laterales de la cabeza sobre la región temporal. Otra zona del rostro que se moldeaba fue la nariz que se empujaba y alargaba con los dedos o, por el contrario, se apretaba hacia la base de los huesos nasales si se consideraba que era dema- siado grande. En el caso de las niñas, además de procurar que el cordón umbilical no quedara prominente, también se estiraban y retorcían los pequeños pezones como una práctica premonitoria y necesaria para la fun- ción maternal posterior de la recién nacida. Otra maniobra consistía en poner las pequeñas manos encima de las de la persona adulta, estirando los dedos, separándolos y masajeándolos. Una de las manipulaciones de mayor per- sistencia en la tradición popular, fue la ruptura del frenillo debajo de la len- gua, normalmente con la introducción de los dedos pulgar e índice, seccio- nándolo con las uñas. Su objetivo era preventivo, eliminar lo que se suponía podía ser un freno mecánico para lograr una buena articulación del lengua- je evitando, de ese modo, tartamudeces y otro tipo de dificultades en el habla y la deglución. Finalmente, en cuanto las comadres tenían lista la cabeza del niño, pasaban a «hacerlo el ano», es decir, a remodelar el esfínter y pro- ceder a su apertura artificial mediante la introducción del dedo meñique untado de aceite. 3.2. La actitud de los médicos. La lógica de las prácticas de deformación Del mismo modo que fueron numerosos los médicos ilustrados que alza- ron sus voces frente a la envoltura prácticamente total mediante vendajes que dejaban muy pocas partes del cuerpo al descubierto, el siguiente paso, en el siglo XIX y primeras décadas del XX, fue la lucha frente a las deformaciones descritas arriba. El cuerpo médico, en su conjunto, hace continuos llama- mientos a la necesidad de que cesen dichas manipulaciones, culpabilizando a matronas y entendidas y a las propias madres36, a través de diversos medios que fueron variando a lo largo del tiempo: mediante escritos y panfletos divul- gativos, y en las primeras décadas del siglo XX, coincidiendo con las luchas sanitarias contra la mortalidad infantil, a través de medios de propaganda ins- titucionales, contemplados en normativas sancionadas por las autoridades polí- ticas. El debate no se dio sólo en el escenario estrictamente médico —como por ejemplo los problemas de tipo infeccioso causados por los vendajes, la mayor presencia de mastoiditis por la deformación del hueso mastoides o, todavía más grave, la relación entre deformación y mala salud mental—, sino que en él intervinieron también otros elementos doctrinales de tipo biológico que entra- ban en la polémica evolucionismo-antievolucionismo, sobre la herencia de los caracteres adquiridos. Sin embargo, como en otros casos se ha puesto de relieve37, las prácticas tenían para la población, una lógica interna que puede entenderse a través de tres tipos de explicación: por un lado, la deformación es una forma de pro- tección. De ese modo, el deseo de preservar de las intemperies climáticas y de los traumatismos la cabeza del niño, justificaban el vendaje de la cabeza. Las madres buscaban proteger el cráneo, sobre todo la fontanela anterior y muchas veces esta protección se prolongaba hasta los tres o cuatro años. Según esta hipótesis, la deformación aquí no sería sino un resultado secun- dario e involuntario de esta protección. Sin embargo, no parece muy plausi- ble esta conjetura, y por ello se han aventurado otras. Por ejemplo, se aduce que junto a esta protección de la cabeza, también se añadía la preocupación por reducir el tamaño de la fontanela cuyas dimensiones parecieran excesi- vas a las matronas, y que acabaría por un ensanchamiento de los huesos de la calota craneal. Así, los vendajes servían para mantener en su sitio los hue- sos del cráneo.

LAS CAUSAS DE LAS DEFORMIDADES, SU TIPIFICACIÓN Y PREVENCIÓN

Las diferencias sustanciales que se observan en las fuentes propias del siglo XIX, con lo que van a ser los planteamientos posteriores, pueden quedar cla- ramente reflejadas a través de dos testimonios. El primero, tomado de Salce- do, tras hacer referencia a la posibilidad de que ciertas creencias populares sobre el origen de las deformidades corporales que inmediatamente comenta- remos en el epígrafe siguiente, pudieran tener visos de certeza, no toma par- tido entre partidarios y detractores de estas etiologías populares, consideran- do que el estado de la ciencia no permitía explicar suficientemente lo que parecían ser hechos demostrados. En cambio, ya en las primeras décadas del siglo XX, el discurso es completamente diferente. No se entra ni siquiera a escuchar la versión profana de tales anomalías, sino que se estudian directa- mente desde la clínica utilizando todas las herramientas conceptuales y meto- dológicas que, en gran medida, ya existían con anterioridad. No fue tanto un cambio de métodos sino un cambio programático. El tema es interesante por- que añade complejidad a un proceso, el de la medicalización, que se conside- raba homogéneo y sin fisuras a partir de finales del siglo XVIII. Como aca- bamos de comentar, por el contrario, en el caso de algunos médicos ochocentistas, es posible encontrar por parte de ellos un cierto interés por el acercamiento a lo que se ha denominado la «narrativa» de los pacientes38. En los textos médicos del Ochocientos, no pocas veces médicos y profa- nos participaban de puntos de vista parecidos con respeto a la causa de las deformaciones. Las impresiones morales que pudiera sufrir la embarazada —emociones, sustos, deseos incontrolables en el caso de los «antojos»— po- dían producir impresiones en el feto.

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